La Biblia: Autoridad y Unidad de las Escrituras (3 de 3)


Autoridad y Unidad de las Escrituras.

Lectura Bíblica: 2 Timoteo 3:16.

Introducción.

Una doctrina abarca mucho más de lo que parece como básico. Hay muchos aspectos periféricos que parecen superfluos o de poca importancia. Pero también sabemos que no son tan “insignificantes” como aparentan, pues si se duda de uno de ellos, en una reacción en cadena, llega a “caer” una doctrina por completo.

Dios se tuvo que revelar a través de otros medios a causa del pecado del hombre. La revelación general, es la revelación que abarca toda la naturaleza, la creación, las relaciones filiares, etc. que eran por igual a todos, creyentes e incrédulos. Otro tipo de revelación era el específico, que comprendía las Escrituras.

El tema principal de las Escrituras era el Plan de la Redención, cuyo centro era la persona de Jesucristo. Estudiamos el Origen de las Escrituras, y debido al origen, vimos por qué tenían autoridad. Estudiamos el tema de la inspiración, cómo inspiraba Dios a los profetas; por qué usó tantos profetas en vez de uno sólo. Consideramos también la inspiración y los escritores bíblicos, cómo les afectaba. Así mismo recordamos el método y el contenido de la revelación. Por otro lado, vimos la relación entre la historia y la inspiración, cómo Dios inspiraba a aquellos que escribían acerca del pasado, o que se dedicaban a recopilar información, seleccionando de forma inspirada lo que debía preservarse. Finalmente vimos la exactitud y fiabilidad de las Escrituras respecto de los manuscritos originales, especialmente desde el descubrimiento de las cuevas de Qumrán.

Hoy vamos a considerar la autoridad de las Escrituras.

La Autoridad de las Escrituras.


Las Escrituras tienen autoridad en sí porque fueron inspiradas por el Espíritu Santo. Esto la convierte en la Palabra de Dios escrita. ¿Cuál es la evidencia para ello en la propia Biblia? ¿Qué consecuencias debería tener esto en nuestras Biblias?

Los derechos de las Escrituras.


Los escritores de los libros de la Biblia testifican que sus mensajes provienen de Dios mismo. Una gran mayoría de profetas comienzan sus libros diciendo “Palabra de Dios que vino al profeta tal, en época del reinado cual,” etc. (Jer. 1:1, 2, 9; Eze. 1:3; Ose. 1:1; Joel 1:1; Jonás 1:1). Los profetas de Dios no hacen esfuerzos para demostrar su “inspiración”. Simplemente se limitan a cumplir el cometido encomendado. Eran instruidos y repetían fielmente el mensaje. “Así dice Jehová…”. Estas palabras son las únicas credenciales mostradas por los profetas, y que otorgaban autoridad divina al mensaje.

A menudo se dejaba al agente humano en segundo lugar. De hecho, Mateo en su evangelio, menciona “todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta ‘x’” (Mat. 1:22). Se considera al Señor como responsable de lo dicho, el profeta es un mero instrumento.

En esta misma línea va el Nuevo Testamento, pues el apóstol Pedro, reconoce los Escritos de Pablo como Escritura (2 Ped. 3:15, 16). Y el propio apóstol Pablo, indica: “Yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gál. 1:12). Lo mismo sucede con los dichos de Jesús, aceptados como escritura, y teniendo la misma autoridad que el AT (1 Tim. 5:18; Luc. 10:7).

Jesús y la Autoridad de la Escritura.


Jesús destacó la autoridad de las Escrituras a lo largo de todo su ministerio. En las tentaciones de Satanás, la respuesta fue un “Escrito está”. Cuando le preguntaban, a menudo respondía “¿Cómo está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26).

Jesús situó la Biblia por encima de toda tradición humana, de toda práctica tradicionalista. Llamó la atención a aquellos que despreciaban la autoridad de las Escrituras (Mar. 7:7-9). Jesús llamó la atención para que se estudiase la Biblia con más diligencia que hasta ese momento. Dijo en Mateo 21:42: “”¿Nunca leísteis en las escrituras?” Aceptaba la Biblia como inspirada, pues Él mismo dijo que daban testimonio de Él. Cristo le dio a las Escrituras la Autoridad que le corresponde, la Palabra de Dios escrita.

El Espíritu Santo y la Autoridad de las Escrituras.


Durante la vida de Jesús, los dirigentes de entonces no supieron quién era Él. El descuido y el colocar otras tradiciones por encima de la propia Palabra de Dios llevó a esto. Como mucho, algunos le reconocían como un profeta de Dios. Cuando Pedro reconoció que Jesús era el Mesías, Cristo le indicó que sólo por revelación divina se puede reconocer tal cosa (Mat. 16:13 – 17). Pablo dice en 1ª Cor. 12:3 que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.

De igual modo, con la Biblia. Sin la iluminación del Espíritu Santo no podremos entender de forma correcta la Escritura. Muchos son los que la estudian, la diseccionan, la analizan, etc. Pero las conclusiones a las que llegan distan mucho de creer que es la Palabra de Dios. “Porque nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1ª Cor. 2:11). “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Cor. 2:14). Por lo tanto, sin la ayuda del Espíritu Santo, podemos leer la Biblia, pero no entenderla correctamente, porque sólo Él nos puede enseñar lo que nosotros no conocemos, sólo el Espíritu de Dios conoce “lo profundo del amor de Dios” (1ª Cor. 2:10). Sólo con el Espíritu Santo nos podemos convencer de la verdadera autoridad de la Biblia.

La autoridad de las Escrituras aumenta o disminuye según sea nuestro concepto de inspiración. Si pensamos que la Biblia es una mera colección de testimonios humanos, o si dependemos de nuestros sentimientos o emociones para aceptar o no lo que la Biblia dice, estamos socavando su autoridad. Sin embargo, cuando discernimos la voz de Dios a través de la Biblia, y la aceptamos como tal, la Biblia se convierte en regla de fe, conducta, doctrina, corrección e instrucción para cualquier aspecto de nuestra vida.

Cuánto abarca la autoridad de la Escritura.


A menudo se especula con la ciencia y la Biblia, y como resultado se tiene una contradicción. Antes se aceptaba la Biblia tal cual, y se acomodaba la ciencia a lo que la Biblia decía. Si había contradicción entre ambos, prevalecía la Biblia y se aceptaba que la ciencia no estaba suficientemente desarrollada como para explicar el caso. Pero desde el s. XIX, y en especial el XX, el proceso se ha invertido. Se ha sometido la Biblia a la prueba de la ciencia. La Biblia ha pasado a ser acomodada a la ciencia, y en las contradicciones, se le da la razón a la ciencia. Así se la menospreciado la inspiración, y en definitiva, a Dios mismo.

Esto es erróneo. “Toda sabiduría humana debe estar sujeta a la autoridad de la Escritura”. Si se hace un descubrimiento “científico” que aparentemente contradice la Biblia, no debo desechar la Palabra de Dios. Probablemente no haya comprendido plenamente el pasaje o texto y por eso hay contradicción aparente en mi mente. O puede ser que el descubrimiento sea incorrecto (en la ciencia todo es verdad mientras no se pruebe lo contrario, que suele ser a menudo, o por comparación). Lo mejor en estos casos, es prudencia, y esperar que el Señor nos revele en otro momento el misterio de esa contradicción.

El mero hecho de medir, estudiar, diseccionar la Palabra de Dios con normas humanas (ciencia) es poner la criatura por encima del Creador. Es como intentar medir una estrella con una cinta métrica desde la superficie de la Tierra. ¿Habrá contradicción? Claro, pues nuestro resultado será unos pocos milímetros, cuando la medida real es otra. En vez de juzgar la Biblia, todos seremos juzgados por ella, nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestra experiencia van a ser sometidos a ella.

La Biblia nos da la regla para instruir la iglesia, para saber si hay dones del Espíritu auténticos o no. En ella Dios nos da la prueba para de autenticidad a la que él mismo se somete voluntariamente. Los dones del Espíritu no son superiores a la Biblia, trayendo una “nueva revelación”. Los profetas están sujetos a los profetas (1ª Cor. 14:32). A la ley y al testimonio. Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido. (Isa. 8:20).

La Unidad de las Escrituras.


Si leemos la Biblia por encima, tendremos un conocimiento “por encima”, superficial. Si la leemos así, no pasa de ser una compilación de relatos, sermones, historias, etc. La diferencia está en el propósito con el que se abre la Biblia. Cuando se abren sus páginas para buscar ayuda, iluminación y consuelo, con oración y paciencia obtendrán lo que buscan. Hay verdades ocultas en los pasajes de la Biblia, que deben ser estudiados cuidadosamente. Es así como descubriremos los principios de salvación que en ella hay.

Dios no se ha revelado de una sola vez, a una o pocas personas. No lo ha hecho en una serie de declaraciones seguidas. Se ha ido revelando a sí mismo conforme ha sido necesario y posible para la humanidad. Jesús mismo dijo: “Tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12). De igual modo, no siempre se ha podido revelar en la medida que él hubiese querido. Por eso ha tardado tantos siglos en revelarse a sí mismo a los hombres. Si comprendemos esto, vemos que hay una unidad en toda la Biblia. Desde que Moisés escribió en el desierto de Madián, hasta las cartas que escribiese Pablo en un prisión de Roma, hay un mismo tema, un mismo Inspirador, un mismo Espíritu en todos los textos. No se contradice ningún texto a otro a lo largo de tantos siglos y escritores. El Antiguo testamento sirve como base del Nuevo, los dos son uno en total, pues el Nuevo no enseña cosas que ya están en el Antiguo. Con el Antiguo Testamento tenemos las claves para comprender el Nuevo (el Santuario, los sacrificios, las promesas, Daniel y Apocalipsis, etc.).

Dios nos invita a conocerlo a través de su Palabra. En ella podemos encontrar muchísima bendición, y la seguridad de nuestra salvación. Es un gozo descubrir por uno mismo que la Biblia es útil para enseñar, redargüir, corregir, instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2ª Tim. 3:16, 17).

Resumen.


Hoy concluimos con la primera doctrina. Hemos considerado muchos aspectos que antes nos parecían “de poca importancia”, y que, sin embargo, hemos visto que no hay nada “poco importante”. El discutir acerca de la inspiración o cómo eran los profetas inspirados, es algo que aparentemente “no tiene importancia”, pero con una mala comprensión de ello, se nos puede venir abajo una doctrina entera, La Palabra de Dios. Una doctrina implica más de lo que parece. La próxima semana hablaremos de la doctrina 2, acerca de la Deidad.

Feliz sábado.
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