Las Diez Promesas (Los Diez Mandamientos) II.

INTRODUCCIÓN:

En el tema anterior vimos que la visión que tenemos de Dios depende de cómo entendemos sus mensajes. Sabemos que los 10 mandamientos son el “resumen” del carácter de Dios, un sumario de la Biblia en sí. Vimos que para entender los 10 mandamientos había que entender también cómo fueron escritos y que cuando se traduce una carta a otro idioma diferente al que la escribió, cercenamos el texto de su sentimiento, de su expresividad.
Recordamos ahora que en hebreo clásico, no existe el presente como tal, sólo el pasado (perfecto) y el futuro (imperfecto) y los 10 mandamientos de Éx. 20:2-17 están escritos en “futuro imperativo”.
El imperativo se entiende de tres formas:
1) Como un mandato. Una orden. 2) Dar permiso para algo. El que habla otorga permiso para que alguien pueda hacer algo que desea, o ha solicitado. 3) Promesa. El que habla asegura al que se dirige que lo que le está diciendo va a ocurrir, aunque lo que sea que vaya a ocurrir esté fuera del alcance del interlocutor que recibe la “orden”. Lo harás, lo podrás hacer.
Esta tercera acepción es perfectamente aplicable, de modo que los 10 mandamientos se convierten automáticamente en 10 promesas. Dios resume su esencia, el Amor, en 10 maravillosas promesas. Ahora sí que resulta más fácil entender 1 Jn. 5:3 “El amar a Dios consiste en obedecer (aceptar) sus mandamientos (promesas)”.

Las 10 promesas.

El contexto en el que se dan los 10 mandamientos es un pacto, una especie de “boda” entre Dios y su pueblo y en el que los mandamientos son los votos o las 10 promesas de los contrayentes.
La “Primera promesa” Éx. 20:3 “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Se podríamos traducirlo por “A partir de ahora no te harán falta más dioses, conmigo es suficiente”.
Segunda promesa Éx.20:4 “No te harás imagen, ni ninguna semejanza […] porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos… ”. Dios está prometiendo que no tendremos necesidad de colgar una foto suya en la pared para recordarle porque siempre estará con nosotros. Esta promesa además es doble, pues Dios se compromete a visitar como un médico la enfermedad del padre para curarla, y hacer un seguimiento sobre sus hijos, nietos y biznietos.
Tercera promesa. Éx. 20:7 “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”. Cada vez que invoquemos el nombre de Dios, nunca será en vano. Dios siempre responderá a nuestra súplica, a nuestro llamado. La consecuencia (castigo) es natural, despreciar el consejo de Dios, su ayuda, su sabiduría, su ofrecimiento, siempre tendrá una consecuencia negativa para el ser humano.
Cuarta promesa. Éx. 20:8-11 “Acuérdate del sábado.” Dios promete tener una cita semanal especial con su esposa. Dios promete que será un momento de tanto gozo (si lo hacemos adecuadamente) que todo el que viva con nosotros disfrutará de esa fiesta.

Las 10 promesas (segunda parte)

Quinta promesa

Éx. 20:12 “Honrarás a tu padre y a tu madre, para que tu vida se alargue en la tierra que yo, el Señor tu Dios, te doy” (RV Contemporánea). Dios nos está prometiendo aquí que a partir de ahora seremos “hijos honrosos”.
Hay muchos textos en los que se nos advierte que nuestra conducta moral afecta a nuestra salvación personal, recordemos que en el segundo mandamiento, al contrario de lo que se ha transmitido tradicionalmente, el pecado de un padre no es castigado sobre los hijos, sino que Dios “visita” como un médico a su descendencia para evitar la propagación del mal y sanarlos. Esto siempre en el sentido “descendente”, a la descendencia.
En este mandamiento encontramos el sentido contrario, el “ascendente”. La conducta moral de un hijo afecta a su ascendencia, causando deshonra. Hay muchos textos al respecto, como Deut. 27:16Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén”. Otra versión, la Biblia La Palabra en este texto dice “desprecie” en vez de “deshonre”.
Se entiende que los padres han buscado la mejor educación para sus hijos, y una mala conducta, sea de la naturaleza que sea, es un desprecio por los consejos, esfuerzo y dedicación que unos padres han dedicado a la crianza y desarrollo de su descendencia. Este mandamiento va mucho más allá de cuidar a los padres cuando son ancianos. Va mucho más allá de hablarles con cariño, amarles, etc. Este mandamiento nos dice que cualquier fallo o error moral por nuestra parte es una deshonra para nuestros padres. (Ver también Lev. 21:9).
Prov. 17:6 repite la idea de esta promesa “Corona de los viejos son los nietos, Y la honra de los hijos, sus padres”.
Dios nos promete que a partir de ahora, aceptándolo como Esposo, él será el “Jefe de la familia”, y con él a su lado, seremos capaces de honrar a nuestros padres. Siempre se ha dicho que es un mandamiento con promesa, y yo digo que es una promesa doble. Dios promete ayudarnos a honrar, y además, si cumplimos se añade la promesa de recibir la honra del propio Dios hacia su esposa (nosotros).
No es nuevo, en 1 Sam. 2:30 leemos: “Por tanto, Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco.” Otros textos que repiten esta idea son Sal. 15:4;
La honra está ligada con el espíritu humilde, así lo dice Prov. 29:23 “La soberbia del hombre le abate; Pero al humilde de espíritu sustenta la honra”. Es decir, Dios nos promete dar un espíritu humilde. Este mandamiento tiene una cara más de la moneda, implica a los padres de forma activa. Si un hijo deshonrare a su familia, la familia debe hacer lo posible por restaurarlo. Isa. 48:11 nos muestra que Dios se empeña en darnos honra (de ahí la doble promesa de este mandamiento): “Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro”, y por ejemplo y precepto, los que somos padres debemos purificar a nuestros hijos como Dios lo hace con nosotros (ver. Isa. 48:10-12).
Es una promesa maravillosa. Dios promete ayudarte a comportarte de forma decente, moralmente correcta, de modo que honrarás a tus ancestros, y además, esa conducta tendrá una recompensa extra, Dios nos prolongará la vida en este mundo para ser ejemplo de conducta a los demás. Así lo leemos en Isa. 55:5 “He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado”.
Como esposa de Jesús, se aplica a nosotros el texto de Prov. 11:16 “La mujer agraciada tendrá honra, Y los fuertes tendrán riquezas”.
Hay mucho más que decir de la honra a los padres, como Col. 3:20, 21 “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”. (Mat. 15:1-9; Mr. 7:9-13).

La 5ª promesa es un “prólogo”.

Las 4 primeras promesas se dedican a la relación entre Dios y el hombre (vertical). ¿Por qué ésta es la primera promesa de las 6 dedicadas a las relaciones entre las personas (horizontal)? NO es casualidad, y por eso es un mandamiento también especial con doble recompensa. Pensemos que el resto son acciones bastante concretas (robar, matar, mentir, etc.) aunque con implicaciones muy amplias. Sin embargo, “Honrar” es algo muy general, muy abarcante.
Mal. 1:6 nos da la clave: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?”.
¿Cómo podemos deshonrar a Dios? O convirtiéndolo en algo positivo, ¿qué es honrar a Dios? ¿Cómo va a cumplir Dios su promesa de ayudarnos a honrar a nuestros padres y habilitarnos para que Él nos honre y nos ponga como ejemplo?
Esta promesa es el “prólogo” de la segunda parte de la Ley, las 10 Palabras. A continuación pasa a detallar el “cómo”.

Sexta promesa

A partir de ahora, tenemos que ver las promesas (mandamientos) restantes bajo el prisma de la primera parte de la Ley, un Dios Omnipotente, que se preocupa en extremo por nosotros y provee todo lo necesario, así como bajo el prisma de cumplir con una honra debida a los demás con la ayuda de ese Dios – Esposo y recibir así la promesa adicional.
Éxo. 20:13 es sencillo y corto: “No matarás”. No dice “no mates”, promete que a partir de ahora no tendrás que matar, ni para defenderte ni para conquistar. Dios no quería que su pueblo se tuviese que involucrar personalmente en despejar la tierra de Canaán.
Al igual que tampoco tuvieron que luchar contra el ejército de Faraón, ni contra los de Jericó, en Éxo. 23:27-28 leemos “Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré a todo pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus enemigos. Enviaré delante de ti la avispa, que eche fuera al heveo, al cananeo y al heteo, de delante de ti”. (Cf. Deut. 7:20). Otra cosa es que por nuestra incapacidad de creer firmemente en Sus promesas, no disfrutemos de ellas…
Somos la Esposa, la “niña de sus ojos” y nuestro Esposo no permitirá que tengamos que pelearnos solos para sobrevivir. Es más, Dios quiere que otros se sumen a la boda, añadir más miembros a la familia. Eze. 18:32 nos dice: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis”. ¿Quién soy yo para juzgar quién debe morir o no? Dios está diciendo, “déjame a mi esa decisión, ya no tendrás que hacerlo tú”.

Séptima promesa

Éxo. 20:14 “No cometerás adulterio”. A partir de ahora, no tendrás necesidad de ser infiel, no solo a mi (primera promesa), sino también a tu esposo/a terrenal. Vas a honrar a toda tu familia, padres, y esposa, lo más íntimo que te regalo. Tu forma de vivir conmigo será tan original, auténtica y emocionante que no te aburrirás.
Bebe el agua de tu misma cisterna, Y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán tus fuentes por las calles, Y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para ti solo, Y no para los extraños contigo. Sea bendito tu manantial, Y alégrate con la mujer de tu juventud, Como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, Y en su amor recréate siempre” (Prov. 5:15-19).
Si eres capaz de ser fiel a tu Esposo, el invisible y del que no te hace falta una “fotografía” (imagen), ¿cómo no vas a ser feliz con el cónyuge al que sí ves? En la familia de Dios se restauran las relaciones disfuncionales. Dios promete restaurar todo “adulterio”, “alteración” de algo que jamás debió ser contaminado, algo tan esencial como la base de la sociedad misma: La familia.
Es curioso el orden de las promesas: Primero el prólogo (quinta doble promesa), a continuación, lo básico, el derecho a la vida, sin la cual el resto no sirve de nada. Luego viene la promesa de restauración y preservación de la base de la sociedad, la familia.

Octava promesa

Éxo. 20:15 “No hurtarás”. Una familia bien avenida y con un Cabeza de familia responsable, rico (dueño del mundo y lo que en él hay) no descuida las necesidades de sus miembros. Ya no te hará falta robar. No estás solo en la vida. Dios, el Esposo, suple todas tus necesidades. Sal. 37:25 “Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan”. Dios es quien “hizo los cielos y la tierra, El mar, y todo lo que en ellos hay” (Sal. 146:6).
Si desconfiamos de esta promesa, entonces es cuando “robamos”, sin tener necesidad de ello. El pecado en sí no es “robar” sino el motivo por el que hemos robado, hemos desconfiado de Dios y de su promesa. Es una “infidelidad” en toda regla.

Novena promesa

Éxo. 20:16 “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. ¿Por qué miente la gente? O mejor, ¿para qué? No hay justificación. Puede ser para conseguir algo injustamente, para defenderse de una acusación, o cualquier otro objetivo.
Mentir para obtener algo implica la octava promesa. El Esposo nos dará lo que necesitamos, ¿para qué mentir? Si lo que queremos es “defendernos” de algo, es Dios quien nos defiende con justicia. Implica la sexta promesa. Por otro lado, donde más se miente es en dos ámbitos, los negocios y el matrimonial (cuando sucede, claro). Si Dios nos promete no tener que robar nunca más, y nos promete una familia saludable y feliz, entre otras cosas, ¿qué necesidad tendremos de mentir? ¡Ninguna!
Si estamos en un pleito con alguien porque nos ha tendido una trampa, cabe pensar que a la “mentira se la combate con la mentira”, pero no es el plan de Dios que esto se haga. Rom. 12:21 “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”.
Gál. 6:7 “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este texto siempre lo aplicamos a nosotros de forma inquisitiva, lo que no está de más. Pero En el contexto de la promesa, también se puede entender diciendo: “No te engañes, no te “justifiques”, no tienes por qué mentir, porque si mienten contra ti, tendrán su recompensa. Dios se encargará de ello”. No caigas a su altura, en su mismo juego. Confía en Dios y no entres en la dinámica de “tú dijiste, yo dije, luego dijeron…”. Lo que cada uno siembre, eso cosechará. Tú, siembra verdad, y cosecha verdad. Dios es quien “guarda verdad para siempre” (Sal. 146:6), es el “Testigo Fiel y Verdadero” (Ap. 3:14) que en caso de pleito y desencuentro, nunca mentirá y sacará la verdad a relucir.

Décima promesa

Éxo. 20:17 “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”.
Repasemos el orden de las promesas: Primero el prólogo (quinta doble promesa), a continuación, lo básico, el derecho a la vida, sin la cual el resto no sirve de nada. Luego viene la promesa de restauración y preservación de la base de la sociedad, la familia. Después la “supervivencia”, obtener lo necesario para continuar viviendo. Dios promete que no tendrás que robar. En noveno lugar la supervivencia social o “reputación”, para vivir y hacerlo feliz entre los demás y en paz con los demás.
Hasta aquí, todo es externo, el derecho a la vida, el derecho a la familia, el derecho a mantener esa familia, y el derecho a la reputación. Pero el décimo punto no es tan “visible”, sino que tiene que ver ya con los pensamientos, con lo íntimo del ser. Aún queda algo para lograr la felicidad, y es estar conforme con lo que se tiene. Vivir en paz con uno mismo sin envidia. Hay quienes tienen todo lo anterior (una familia, vida, salud, reconocimiento, etc.) pero nunca son felices porque codician. Siempre hay más y mejor en casa del vecino. Es el cierre y la raíz de todos los problemas anteriores. Hay quien es infiel con la mujer del prójimo, hay quien mata por conseguir las posesiones de otro, hay quien simplemente “roba” el animal (o cartera) de otro, hay quien miente para conseguir algo que no es suyo… Todo ello deshonra a los padres terrenales y al Padre celestial.
Una vez vi por televisión el anuncio de una marca de televisores. Dos vecinos contiguos con casas idénticas. Uno compra un coche nuevo, el otro uno mejor. Otro compra un pequeño barco con remolque, el de al lado, uno más grande. Uno compra un televisor marca “X” el otro… compró DOS de esa marca (imposible de superar, salvo comprando dos).
Nosotros tenemos al Dios más grande del Universo, dueño y señor de toda la creación. Es imposible superarlo. Y tampoco podemos hacer como en el anuncio de televisión, porque hay un solo Dios, único. Es imposible que otros tengan algo que nosotros podamos codiciar en estas condiciones. Lo máximo que pueden aspirar a tener es formar parte de nuestra familia celestial.
Dios nos promete que jamás tendremos necesidad de estar intranquilos viendo la “prosperidad” de otros.
El Salmo 73 es una sana reflexión sobre esta promesa (v. 1-3; 15-17): “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, Para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, Viendo la prosperidad de los impíos […] Si dijera yo: Hablaré como ellos, He aquí, a la generación de tus hijos engañaría. Cuando pensé para saber esto, Fue duro trabajo para mí, Hasta que entrando en el santuario de Dios, Comprendí el fin de ellos”.
En Dios, la victoria no es como la entiende el mundo. Una aparente victoria puede ser una derrota (si se consigue por nuestros propios medios, mintiendo, robando, engañando…). Pero una aparente derrota con Dios se convierte en una Victoria. Jesús fue aparentemente derrotado en la cruz del Calvario, y su “derrota” fue nuestra victoria.

CONCLUSIÓN.

Con Dios nunca se pierde. La pérdida es ganancia en sus manos. Nos ha hecho 10 maravillosas promesas, las cuatro primeras son personales para ti, las siguientes seis son para ti y los tuyos, aunque honestamente, todas afectan al ser humano en su integridad.
Los votos matrimoniales de Dios con su pueblo son una serie de promesas maravillosas. El que vea en sus votos matrimoniales un yugo pesado de llevar, es porque no ama a su esposa o esposo. Lejos de ser una obligación, son una expresión de gozo y amor comprometido que evidentemente provoca (o debería provocar) una respuesta positiva en nosotros.
1 Jn. 5:3 “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”. Ahora sí que se puede conciliar este texto con Éxodo 20. Este capítulo fue la celebración de los desposorios del Cordero con su Esposa, no nos olvidemos que la entrega del “certificado” de compromiso matrimonial no ocurrió hasta el capítulo 33 de Éxodo, cuando Moisés bajó del monte.
Aún queda pendiente la segunda parte de la boda. La del Cordero, recordemos que en aquella época se celebraban los “desposorios” y un año más tarde las “bodas” (ver Mt. 1:18-20). Pero en ese período de tiempo, a efectos legales la pareja estaba comprometida y si moría el novio, ella se consideraba viuda. Nuestro Esposo ya se “desposó” (comprometió) con nosotros, y confirmará sus votos (promesas/mandamientos) en la tan esperada Boda del Cordero que anhelamos con todo nuestro ser.
Por este motivo, los mandamientos son eternos, porque son promesas que ha hecho Dios, y en tanto que Él es Eterno, sus promesas se mantienen junto con su vida.
Disfrutad de las promesas de Dios, anticipo de lo que nos espera cuando se mude a vivir físicamente con nosotros en breve tras la boda.
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