“El Santo” (Crecimiento Cristiano 3 de 6)

reachingoutLectura Bíblica: Romanos 5:1.

INTRODUCCIÓN:

¿No nos hemos referido a veces a alguien, normalmente en tono irónico, llamándole “el santo”? A veces lo he hecho, y no estoy orgulloso de ello. Pero, quisiera reflexionar hoy con vosotros sobre este tópico. ¿Qué es para nosotros un santo? ¿Una imagen en una ermita? ¿Alguien que tiene unos aires casi exagerados de “espiritualidad”? ¿Podemos realmente llegar a ser santos? Si es así, ¿cómo se puede lograr? ¿Qué es ser santo? ¿Qué se necesita para ser santo? A esta última pregunta seguro que me contestáis: Hace falta la “santificación”. Y yo contesto con la misma pregunta, ¿y qué es la santificación? A preguntas que quizás no podríamos dar una respuesta exacta, respondemos con términos cuyo significado tampoco podríamos definir exactamente.

La Santificación.

La santificación viene del griego hágios, significa “Santo”, “separado por y para Dios”, “moralmente puro”. Santificación en griego es hagiasmós, y es “el proceso de hacer santa dedicación”, “santificación” en los siguientes sentidos: 1) La operación o acto en el que el Espíritu Santo hace Santo a alguien, o en la que el Espíritu de Dios hace que alguien pertenezca completamente a Dios (separado para Dios). También puede ser el comportamiento moral de una persona que demuestra o expresa la dedicación a Dios. En otras palabras, una forma pura de vivir, comportamiento justo, vida santa. El término hebreo para Santificación es qadóö, que significa “santificar”, “consagrar”, “lavar (las manos y los pies)”, “dedicar” en el sentido de “apartar para alguien”, en este caso, dedicar o apartar para Dios.
De todo esto, teniendo ahora una panorámica más completa del significado de Santificación podemos decir que es: “Apartar o dedicar una persona a Dios (por obra del Espíritu Santo), llevando a partir de ese momento una conducta moral cuyos frutos son los propios de un hijo de Dios”. Pero esto no es sólo un hecho, también es un proceso, porque el creyente va descubriendo nuevos aspectos de su vida que tiene que ir cambiando con la ayuda de Dios. Si Dios nos mostrase todo lo malo que hay en nuestra vida de una sola vez, nos hundiríamos y no seríamos capaces de soportar nuestra propia maldad. Por eso Dios nos va mostrando aspectos negativos de nuestra vida de forma progresiva. El perdón por los pecados pasados nos lo concede de una vez, y la santificación, la vida nueva va a mejor. Así lo dice el Sabio en Proverbios 4:18 “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Pablo insiste en esta idea en 2 Corintios 3:18 “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. La senda de los justos va en aumento hasta que es “perfecta”, en ese proceso “somos transformados de gloria en gloria”, eso es la santificación.
La justificación y la santificación son, por lo tanto, distintas pero no independientes. Designan dos aspectos diferentes de la salvación. La justificación es lo que Dios hace por nosotros, y la santificación es lo que Dios hace en nosotros. Ni la justificación ni la santificación son el resultado de obras meritorias. Ninguno puede hacer nada por sí mismo para ganar la salvación, y del mismo modo, ninguno puede hacer nada por sí mismo (de forma perenne) para cambiar su vida o su comportamiento, a no ser que Dios produzca el cambio en esa persona. Ambas cosas se deben a la gracia y la justicia de Cristo. Hay quien dijo que la justificación es un billete que se nos regala para ir al cielo, y que la santificación es una transformación para que encajemos en el cielo.
La santificación, a su vez tiene tres fases también. ¿Cuáles son esas tres fases? Pues 1) un acto cumplido en el pasado del creyente; 2) un proceso en la experiencia presente del creyente; 3) el resultado final que el creyente experimentará cuando Cristo vuelva.
Vayamos por partes. Con referencia al pasado del pecador, cuando el creyente es justificado, es decir, se le perdonan los pecados pasados, el creyente también es santificado en el pasado. Así nos lo dice Pablo en 1 Corintios 6:11 “y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios”. Como hemos dicho antes, además de perdonados, se nos considera un pasado “santo”, porque la vida y los méritos de Cristo nos son acreditados. En este punto, el nuevo creyente es redimido, y pasa a pertenecer completamente a Dios.
¿Cuáles son los resultados de esto? Como resultado del llamado de Dios a ser santos (Romanos 1:7), los creyentes son llamados “santos”, por cuanto ahora estamos en Cristo. Así lo dice Pablo en Filipenses 1:1 “Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos”. Somos santos en Cristo. Fuera de él volvemos a ser nada. No logramos por nosotros mismos un estado de impecabilidad. La salvación es también una experiencia presente, afecta mi conducta de ahora, de ya. Dios nos aparta para un propósito santo. Como leímos anteriormente, somos transformados de gloria en gloria. O como dice Pablo en su epístola a Tito 3:5 “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo”. Dios nos regenera, a través de su Espíritu nos renueva para ir cambiando en el presente, y por supuesto, en el futuro se verán los resultados de este cambio en nuestra vida. Finalmente, cuando Cristo regrese a este mundo para buscarnos, sucederá algo interesante que Pablo describe en 1 Corintios 15:50–53 “Pero esto digo, hermanos: Que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados, pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad”. Es entonces cuando finalmente, el pecado será completamente desechado de nuestro ser, de nuestra propia naturaleza. La santificación alcanza aquí un clímax. Es el resultado final, la erradicación completa del pecado y sus consecuencias en nosotros.

La adopción en la familia de Dios.

Al mismo tiempo, los creyentes reciben el “Espíritu de adopción”. Dios los ha adoptado como sus hijos, lo cual significa que los creyentes son hijos e hijas del Rey celestial. Nos ha transformado en “herederos de Dios y coherederos con Cristo”, como dice Romanos 8:15–17. Eso es un privilegio, ser realmente hijo del Dios Altísimo. Y no nos damos cuenta de quiénes somos realmente, ni nos damos cuenta de que eso debería afectar nuestro comportamiento y ser consecuentes con esa realidad. Debemos portarnos como lo que somos, hijos del Rey de reyes, del Dios del universo.

La Seguridad de la Salvación.

¿Podemos estar seguros de nuestra salvación? La justificación trae consigo la seguridad de que el creyente ha sido perdonado y aceptado por Dios. La relación con Dios ha sido restaurada en el momento. No importa cuán pecaminosos hayamos sido en nuestra vida pasada, Dios perdona todos nuestros pecados y ya no estamos bajo la condenación y maldición de la ley. La ley ya no nos acusa, no porque haya sido abolida, sino porque nuestros delitos han desaparecido por el perdón de Dios. La redención se ha convertido en una realidad. Como dice Pablo en Efesios 1:6, 7 “En el Amado… tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.

El comienzo de una vida nueva y victoriosa.

Si hay un cambio en nuestra vida, eso quiere decir que comenzamos una vida nueva ¿no? El darnos cuenta de que la sangre del Salvador cubre nuestro pasado pecaminoso, trae salud al cuerpo, el alma y la mente. Podemos entonces abandonar nuestros sentimientos de culpabilidad porque en Cristo todo es perdonado. Ya vimos en otra ocasión que es necesario el sentimiento de culpa, para el arrepentimiento y la búsqueda del perdón. Pero preservarlo más allá del perdón no es sano ni necesario. Una vez perdonados en Cristo, todo llega a ser nuevo. Al impartirnos diariamente su gracia, Cristo comienza a transformarnos a la imagen de Dios, como vimos en el tema anterior. A medida que crece nuestra fe en Él, también progresa nuestra sanación y transformación, y recibimos de Cristo victorias crecientes sobre los poderes de las tinieblas. Cada vez resistimos más y mejor las tentaciones de Satanás y sus ángeles. Juan 16:33 recoge estas palabras de Jesús: “Yo he vencido al mundo”. El hecho de que Jesús venciese, quiere decir, que nos puede ayudar a que nosotros también venzamos al mundo, la tentación y todo aquello que antes nos arrastraba por donde no era bueno.

El don de la vida eterna.

Esta nueva relación con Cristo nos trae consigo el don de la vida eterna. Juan afirmó, en 1 Juan 5:12 “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”. Ya se ha solucionado el problema que implicaba nuestro pasado pecaminoso. Por medio del Espíritu de Dios que trabaja en nosotros, ahora podemos gozar de las bendiciones de la salvación.

Resumen.

Hemos tratado de estudiar la santificación, y la hemos definido como “apartar o dedicar una persona a Dios (por obra del Espíritu Santo), llevando a partir de ese momento una conducta moral cuyos frutos son los propios de un hijo de Dios”. Esto es un proceso en el que vamos siendo transformados por obra del Espíritu Santo. La justificación es lo que Dios hace por nosotros, y la santificación es lo que Dios hace en nosotros. Nosotros no hacemos ningún mérito para ello, es simplemente la obra de Dios en nosotros, eso sí, si le damos permiso para ello.
También hemos visto que con la justificación y la santificación se recibe el Espíritu de adopción, lo que nos convierte en Hijos del Dios de los cielos, esto debería hacernos pensar en quiénes somos y cómo vivimos y nos comportamos.
Al cambiar nuestra vida, significa que comenzamos una vida nueva, tenemos un nuevo nacimiento. Debemos, entonces, empezar a prescindir del sentimiento de culpabilidad. Debemos empezar a disfrutar de lo que esperamos, el don de la vida eterna. 
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