“Reclamando justicia” (Crecimiento Cristiano 2 de 6)


reachingoutLectura Bíblica: Romanos 5:1.

INTRODUCCIÓN:

Cuando nos equivocamos, deseamos emprender el camino de regreso, eso es arrepentimiento. Pero no basta sólo con decir “lo siento”. Muchas veces se hace demasiado fácil decir “lo siento”, incluso nos sabe a poco en ocasiones. Pero una cosa es cierta, el mal ya ha sido hecho, hemos herido a los que nos rodean, y más importante, hemos infringido una ley. ¿Basta al ladrón con decir “lo siento”? ¿Basta al asesino con decir “lo siento”? ¿Qué se espera que se haga? Las víctimas del agravio reclaman justicia, aunque en términos humanos más bien entendemos justicia como “venganza”.
Pero cuando hablamos del Tribunal Supremo del Universo, del Juez supremo, con la Constitución del Universo en diez artículos, ¿también se puede reclamar justicia? Acaso el propio delincuente, después de pedir perdón y decir “lo siento”, ¿también puede pedir justicia aún teniendo la culpa?

La justificación.

Una vez arrepentidos, ¿cómo somos justificados? Vamos a Abrir la Palabra de Dios donde seguro encontramos respuesta a todo esto. Según 2 Corintios 5:21, en su infinito amor y misericordia, “al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Si confiamos en Jesús, es decir, si tenemos fe en Jesús, el corazón se nos llena de su Espíritu. Por medio de esa misma fe, que es un don de Dios, los pecadores arrepentidos recibimos la justificación. Lo dice en Romanos 3:28 “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley”. Dios ha dejado dicho que nos perdona y nos declara justos. ¿Confías en que Dios cumple su promesa? Esa es toda condición. Confiar, o lo que es lo mismo, tener fe.
El término “justificación” es una traducción del griego “dikaioma”, que significa “requisito recto, o “acta”, “reglamentación”, “sentencia judicial”, “acto de justicia” (hacer justicia). También es la traducción de otro término griego, “dikaiosis” significa “justificación”, “vindicación”, “absolución”. Hay un verbo griego relacionado, “dikaioô”, que significa “ser declarado recto o justo, y tratado como tal”, “ser absuelto”, “ser justificado”, “recibir la libertad” o “ser hecho puro”, “justificar”, “vindicar”, “hacer justicia”. Todo esto nos da una imagen más amplia de lo que realmente implica “justificación”. Así que podemos decir que “justificación” es el acto divino, por el cual Dios declara justo a un pecador que se arrepiente sinceramente, lo considera justo y lo trata como tal. La justificación es lo opuesto a la condenación.
¿Cuál es la base de esta justificación? Obviamente no está en nosotros, que somos culpables y condenados por el pecado. Nosotros no hemos sido obedientes para que se nos considere “justos”. La verdadera base de toda justificación está en la obediencia de Cristo. Su justicia nos es acreditada. Todo lo que hizo Cristo, nos es regalado o “imputado”, y Dios nos tiene en cuenta como si nosotros hubiésemos vivido la vida de Cristo, y nos trata como tales. Su muerte nos limpia el pecado, pero su vida, nos es acreditada, sustituyendo el vacío que queda tras borrar nuestros pecados. Pablo dice en Romanos 5:18, 19 “Así que, como por la trasgresión de uno, vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida. Así como por la desobediencia de un hombre, muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, muchos serán constituidos justos”.
El Salvador concede esa obediencia a los creyentes que son “justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3:24). Esto afecta nuestro pasado, es como si siempre hubiésemos obedecido a Dios. Pero también afecta nuestro presente, y nuestro futuro. Mientras estemos en contacto con el cielo, obedeceremos ahora y en adelante la perfecta ley de Dios.

El papel de la fe y las obras.

Si Dios nos regala esa vida de obediencia, sustituyendo nuestro pasado, y si la salvación es un don de Dios. ¿Por qué decimos que hay que guardar la ley de Dios? Muchos creen erróneamente que su papel delante de Dios depende de sus buenas o malas obras. Pablo, tratando este tema concreto, declaró algo interesante en Filipenses 3:8 y 9 “Estimo todas las cosas como pérdida… para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia… sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”. Pablo también recordó el ejemplo de Abraham en Romanos 4:3 donde dice: “Abraham, creyó… a Dios, y le fue contado por justicia”. Abraham fue justificado antes de la circuncisión, y no porque se circuncidase. La circuncisión era una señal externa que venía a ser símbolo precisamente de la justificación por fe en Dios.
¿Qué clase de fe tenía Abraham? Las Escrituras revelan que “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció” a Dios, dejando su tierra natal, y viajando “sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8–10). Esto es confiar en Dios. Esta confianza o fe viva en Dios se demostró precisamente con su obediencia. Si confió en Dios, lógicamente, le obedeció en aquello que le pidiese. La fe es algo vivo, dinámico. La confianza se demuestra, la fe en Dios también.
El apóstol Santiago entra en esta línea de pensamiento sobre la fe. Nos amonesta acerca de una mala comprensión de la fe genuina, y por lo tanto, de una mala comprensión de la justificación por la fe. El apóstol dice claramente en Santiago 2:17 – 26 “Así también, la fe, si no tiene obras, está completamente muerta. (Es decir, si digo que confío en Dios, pero mis actos revelan lo contrario, mi fe está muerta). Pero alguno dirá (continúa diciendo) Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras y yo te mostraré mi fe por mis obras. (Es decir, hay quien dice que sólo hay que creer, y es cierto, pero el creer lleva a confiar en Dios, y esta confianza tiene que movernos a hacer cosas, no para ganarnos nada, sino porque realmente confío en Dios. [Ejemplo funambulista en Niagra]). Tú crees que Dios es uno, bien haces. También los demonios creen y tiemblan. (Lo cual demuestra que “creer” sin más, sin que nos lleve a la acción, no sirve de nada, como si alguien viniese anunciando que viene una avalancha de agua por el valle. Está bien, lo creemos. Si realmente lo creemos, empezaremos a correr. Eso es demostrar la fe con las obras. Si digo que le creo, pero me quedo donde estoy, creer en lo que me anuncian no sirve de nada, es una fe muerta, yo estaré muerto en minutos cuando llegue la avalancha). ¿Pero quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras está muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras y que la fe se perfeccionó (completó o demostró) por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo, Rahab la ramera, ¿no fue acaso justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras está muerta”.
Pablo y Santiago no se contradicen. Están plenamente de acuerdo en lo que es la justificación por la fe. Pero Santiago puntualiza que la justificación por la fe, tiene que basarse en algo. ¿Cómo saber quién tiene verdadera fe, como para ser justificado? Aquél que demuestra su fe o confianza en Dios con hechos. Los hechos en sí no tienen valor alguno, pero demuestran que hay una verdadera fe, y entonces sí que hay justificación.
Un texto muy mencionado es Gálatas 5:6, y a la vez es mal entendido. Vamos a leerlo “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo ni la incircuncisión”. Hasta aquí queda claro lo que Pablo dice, pero el quid viene en la siguiente frase, lo que realmente vale: “sino la fe que OBRA por el amor”. Ojo, la verdadera fe, OBRA, hace cosas, pero por amor, no para ganarse nada. Este es el equilibrio entre la fe y las obras. Por eso Jesús dijo, en Juan 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El apóstol Juan nos dice en 1 Juan 2:3 y 4 “En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, pero no guarda sus mandamientos, el tal es un mentiroso y la verdad no está en él”. Más adelante dice el mismo apóstol, e 1 Juan 3:22–24 “Y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como nos ha mandado. El que guarda sus mandamientos (plural) permanece en Dios, y Dios en él”. Otro texto de Juan, en 1 Juan 5:2, 3 “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos, pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”. Otro texto es 2 Juan 1:6 “Y este es el amor; que andemos según sus mandamientos”. Si algún oyente quiere conocer cuáles son los mandamientos, están reflejados en Éxodo 20:3–17, sería bueno repasarlos, esto incluye guardar el sábado del cuarto mandamiento, versículos 8­–11, es el sábado semanal, que no tiene nada que ver con los sábados ceremoniales, que fueron abolidos al morir Jesús en la cruz, aunque de esto hablaremos en otro momento.

La experiencia de la justificación.

Lo principal es experimentar esa justificación. Lógicamente estamos explicando la teoría, hay que comprender bien cómo Dios nos justifica, nos perdona y nos da la vida eterna. Pero la teoría debe llevarnos a la práctica, a poder experimentar esa justificación. Recordemos que la justicia de la vida de Cristo nos es acreditada o “imputada”, como si fuese nuestra. Por lo tanto, estamos a bien con Dios, gracias a que Cristo nos sustituye, tanto en la pena de muerte, como en nuestra justicia. El texto de 2 Corintios 5:21 lo hemos leído varias veces, pero ahora quiero hacer énfasis en la segunda parte del texto. Dice así: “(Dios) al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Esto lo hemos leído y explicado varias veces. Pero fijémonos en lo que dice Pablo ahora: “Para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”. La clave está en el “para que”. Como pecadores arrepentidos, experimentamos un perdón pleno, completo. Somos justos, aunque no sea nuestra esa justicia, nos es regalada, como si jamás hubiésemos pecado, lo que es lo mismo, como si nunca hubiésemos quebrantado la ley de Dios. ¡Estamos reconciliados con Dios!
El profeta Zacarías tuvo una visión interesante acerca del sumo sacerdote Josué. Esta visión ilustra el hecho de la justificación. Lo podemos encontrar en Zacarías 3. Josué estaba delante del Ángel del Señor, y estaba cubierto de vestiduras sucias. Estos vestidos sucios y raídos simbolizan nuestra vida manchada por el pecado. Debido a esta condición, en la visión aparece Satanás exigiendo la condenación de Josué, debido a su condición de pecador, con sus vestidos sucios. Josué merece ser condenado por su pecado, la evidencia está a la vista en sus ropas. Esa es la labor de Satanás, acusarnos. Pero Dios, en su misericordia divina, reprende a Satanás, diciendo: “¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” (Zacarías 3:2). Dicho de otro modo: “¿No es éste mi posesión preciosa, que yo he reservado en forma especial?”
De inmediato Dios ordena que se le quiten a Josué las vestiduras sucias, y declara: “Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala” (Zacarías 3:4). Nuestro Dios amante y misericordioso echa a un lado las acusaciones de Satanás y justifica al tembloroso pecador, cubriéndolo con el manto de justicia de Cristo. Las vestiduras sucias de Josué representan la vida de pecado que hemos llevado hasta ahora, con acciones, pecados, que nos manchan, que ensucian nuestra vida. De igual modo, las vestiduras limpias representan la nueva experiencia del creyente en Cristo. En el proceso de la justificación, los pecados que han sido confesados y perdonados se transfieren al puro y santo Hijo de Dios, el Cordero que lleva el pecado en nuestro lugar.

Resumen.

Somos declarados justos, no por mérito alguno en nosotros, sino porque Dios quiere que así sea, si tenemos fe, si confiamos en que él hace efectivo ese perdón. No obstante, esa fe se tiene que hacer evidente en hechos, en acciones . Aunque sea redundar en la idea, debe quedar claro que el creyente arrepentido, si bien carece de toda culpa una vez perdonado, también carece de mérito alguno. Es vestido con la justicia de Cristo, su vida y su justicia le es imputada, al creyente, teniendo así pleno derecho al cielo. Así podríamos resumir la justificación.
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