Seremos glorificados (Crecimiento Cristiano 6 de 6)

reachingoutLectura Bíblica: Romanos 5:2

INTRODUCCIÓN:

Una de las cosas que los seres humanos deberíamos hacer es pensar en lo que nos depara el futuro, me refiero a qué sucederá y cómo. Esto nos anima a perseverar en el esfuerzo que supone alcanzar ciertas metas. También nos ayuda a ver qué cosas pueden ser necesarias o cuáles otras hay que cambiar para alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto. Hoy vamos a hablar de la glorificación, algo que nos acontecerá cuando Jesús regrese. Pero, ¿es algo “extra” o está relacionado con mi vida cristiana de hoy? ¿Quién nos glorifica, el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo? ¿Qué efectos tendrá en nosotros esa “glorificación”?

La experiencia de la Salvación en el Futuro.

Nuestra salvación se completa, o mejor dicho, se cumple de forma final cuando seamos glorificados en la resurrección, o trasladados al cielo. Por medio de la glorificación, Dios comparte con los redimidos su propia gloria radiante. Esa es la esperanza que todos nosotros anticipamos, anhelamos y deseamos como hijos de Dios. Pablo dice en Romanos 5:2 “Por Cristo gozamos el favor de Dios por medio de la fe, y estamos firmes y nos gloriamos de la esperanza de tener parte en la gloria de Dios”. Es en la ocasión de la segunda venida de Jesús, cuando Cristo aparezca para “salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:28).

Glorificación y Santificación.

¿Cómo se relaciona la glorificación con la santificación? Una condición para poder recibir la glorificación es haber vivido, y vivir en el presente continuo, la experiencia de la santificación. Cristo debe morar en nuestros corazones y ser así transformados. Pablo dice en Colosenses 1:27 “Cristo, que habita en vosotros, es la esperanza de la gloria que habéis de recibir”. En otras palabras, si Cristo no mora en nosotros, no tenemos esperanza de recibir gloria alguna. ¿Quién nos glorificará? La respuesta la da Pablo en Romanos 8:11 “Y si el Espíritu de aquél que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros”. En otras palabras, si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús, si ese mismo Espíritu vive en nosotros, de igual manera que resucitó a Cristo, a nosotros, los que lo tenemos en nuestro interior viviendo y obrando en nosotros, seremos transformados por el mismo Espíritu, y nos dará una nueva vida, inmortal, con un cuerpo transformado, en gloria. Por lo tanto, si estamos en el proceso de santificación, tenemos la garantía de que el mismo Espíritu Santo que nos está transformando el carácter, llegará a transformar nuestro cuerpo en el momento oportuno. Y al contrario, si yo ahora no estoy aprovechando la oportunidad que Dios me da para caminar en santificación, no estoy dejando al Espíritu Santo que entre en mí, ni menos que me transforme el carácter. El peligro está en que si ahora no está ya operando cambios interiores, puede venir el momento de la glorificación, y yo no participar, por no tener el Espíritu de Dios en mi. Pablo vuelve a aclarar la idea en 2 Tesalonicenses 2:13 y 14 “Dios os escogió desde el principio para salvación, por medio del Espíritu que os santifica y de la verdad en la que habéis creído… para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. Esta gloria, además de la externa, incluye la gloria interna, es decir, la semejanza de carácter al de Dios. Mientras contemplemos a Jesús en nuestra devoción diaria, observemos su belleza, “vamos transformándonos en su misma imagen porque cada vez tenemos más de su gloria” (2 Corintios 3:18). Esta transformación, es la que nos prepara para recibir esa glorificación o transformación final, cuando Jesús regrese por segunda vez. Esto es lo que Jesús llama en Mateo 19:28 “la regeneración”, que comprende no sólo a las personas, sino a toda la creación en este mundo. Me gusta cómo dice Romanos 8:20 – 23 “Porque la creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquél que así lo dispuso; pero le quedaba siempre la esperanza de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora, la creación se queja y sufre como una mujer con dolores de parto. Y no sólo sufre la creación, sino también nosotros que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que hemos de recibir. Sufrimos intensamente esperando el momento en que Dios nos adopte como hijos, con lo cual serán libertados nuestros cuerpos”.
Ahora convendría explicar una posición bíblica que los teólogos llaman el “ya, pero todavía no”. La Biblia nos enseña que ya somos salvos, que somos hechos hijos de Dios. Nuestra redención ya está cumplida, pero en otro sentido aún no se ha hecho real. ¿Cómo es esto posible? La respuesta la tenemos, como siempre, echando un vistazo panorámico a la Biblia. Pablo habla de nuestra salvación presente, el ya, el ahora, con la primera venida de Cristo. En la vida, en la muerte, en la resurrección y en el ministerio de Cristo en el Santuario Celestial, se asegura nuestra justificación y santificación de forma definitiva y para siempre. PERO, algunos aspectos quedan pendientes de completarse y otros de realizarse en el futuro, en la ocasión de la segunda venida de Cristo. Ejemplo de ello es la glorificación del cuerpo. Por eso Pablo puede decir que YA somos salvos en Cristo, y también puede decir que TODAVÍA no somos salvos, en lo que refiere a la redención completa, incluyendo nuestra transformación. Hacer énfasis en la salvación presente, separándola de la culminación en la segunda venida de Cristo es un error que lleva a confusión. Pongamos un ejemplo. Imaginemos un muchacho menor de edad, hijo de unos padres multimillonarios. Éstos, fallecen en un terrible accidente, dejando toda la fortuna en herencia al joven. Mientras no sea mayor de edad, no podrá disponer totalmente y en libertad de la fortuna que heredó. Quedará bajo la tutela de algún responsable. Eso no quiere decir que no sea rico. El muchacho es ya, ahora, rico. Pero no dispondrá de la fortuna de forma libre hasta la mayoría de edad, hasta que haya alcanzado la madurez suficiente. La salvación es nuestra, ya, ahora, pero aún tenemos que esperar el día de nuestra mayoría de edad en el momento del regreso del Señor Jesús para poder disfrutar de esa maravillosa herencia que Dios nos ha dejado, como hijos suyos que somos.

La glorificación y la perfección.

Hablando de la perfección, ya hemos visto que en lo que a lo humano se refiere, es relativa, según la esfera en la que nos desarrollamos y la etapa que vamos quemando en nuestra experiencia cristiana individual. ¿Afectará la glorificación a nuestra “perfección”? Algunos creen, de forma errónea, que la perfección “máxima” alcanzable ya está disponible para los seres humanos. Olvidan que la “perfección máxima” se alcanzará en la ocasión de la glorificación. Recordemos un texto de Pablo en Filipenses 3:12 – 15 “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea perfecto; sino que prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos”. La santificación es un proceso que dura toda la vida. La perfección de ahora, de la que Pablo habla justo al final, es nuestra solamente gracias a Jesús, a que nos transforma y completa con su vida las deficiencias de la mía. Solamente en ocasión de la segunda venida de Jesús alcanzaremos esa perfección en todos los aspectos de nuestra vida, física, moral y espiritual. Seremos de nuevo, la imagen de Dios. Pero no antes de la aparición de Cristo en las nubes de los cielos.
Pablo nos amonesta con cariño en 1 Corintios 10:12 “Así pues, el que cree estar firme tenga cuidado de no caer”. Hay muchos ejemplos en la Biblia de personas que, habiendo sido honradas por Dios, posteriormente cometieron graves pecados. Sirva de ejemplo el rey David cuando tomó a Betsabé, o Salomón, con su vida disoluta después de haber sido el hombre más sabio que pisase la tierra, después de Jesús, claro está. No podemos decir en ningún momento que “ya lo he alcanzado”. Al menos, hasta que Jesús regrese, tenemos la posibilidad de echar a perder el trabajo hecho por Dios en nosotros hasta el momento. Cuando finalmente, el Espíritu de Dios restaure hasta el último ápice de la imagen de Dios en nosotros, cuando recibamos la inmortalidad, la incorruptibilidad, entonces sí podremos decir llenos de gozo que lo hemos conseguido de forma definitiva y para siempre.

La base de nuestra aceptación ante Dios.

Aunque estamos hablando de “perfección”, de “santificación”, de mejorar nuestra conducta día a día, ¿podemos pensar que esto “ayuda” a que seamos salvos?
Ni los rasgos de un carácter semejante al de Cristo ni la conducta impecable deben constituir la base de nuestra aceptación ante Dios. Dios no nos acepta por nada de eso. Es más, si algo de ello poseemos es precisamente porque Dios nos lo dio por su buena voluntad. El único Hombre que tuvo una conducta intachable fue Jesús, y es el Espíritu Santo quien nos trae eso a nuestra vida, reproduciéndola en nosotros. No nos podemos atribuir a nosotros algo que no es nuestro, sino que Dios nos lo regaló y el Espíritu Santo nos lo trajo. Sólo podemos recibir. Fuera de Jesús, como dice Pablo en Romanos 3:10 “No hay justo, ni aún uno”. Isaías 64:6 dice: “Todos nosotros somos como un hombre impuro y todas nuestras buenas obras como un trapo sucio”.
Yendo más allá, incluso lo que hacemos en respuesta al amor salvador de Cristo no puede formar la base de nuestra aceptación por parte de Dios. Esa aceptación se identifica simplemente con la obra de Cristo.
Y si estamos dispuestos a hilar más fino todavía, pregunto, el que Dios nos acepte, ¿se basa en lo que nos ha perdonado en el pasado (en la justificación), o en el cambio que va obrando día a día en nosotros (la santificación)?
La respuesta es: En ambas cosas. El ministerio de Cristo en nuestro favor, y su obra en nosotros y por nosotros, debe ser contemplada en su totalidad. De nada sirve si Dios me perdona pero no le permito que haga cambios en mi vida. Si no hace cambios, volveré a cometer los mismos pecados que perdonó antes, y vuelvo a estar condenado. Por otro lado, si supuestamente Dios fuese cambiando mi vida para no cometer los mismos errores que cometí en el pasado, pero no me perdonó mis pecados pasados, nunca dejé de ser un pecador. Al igual que el sol da luz y calor, y ambas cosas no se pueden separar, el perdón de Dios y la transformación que obra en nosotros, tampoco se pueden separar.

Resumen.

Hoy hemos visto que nuestra salvación se completa en la glorificación, con ocasión de la segunda venida de Cristo. Es el momento en que Dios comparte con nosotros, no sólo su carácter de forma plena, sino también su gloria radiante. No podemos participar de la glorificación si no participamos ya de la santificación, porque el Espíritu Santo que nos santifica, es el mismo que nos glorificará, y si no está para lo uno, tampoco estará para lo segundo. Por otro lado, hemos visto que Dios nos salva ya, ahora, pero esa restauración de la imagen de Dios no se hace de forma plena hasta que Jesús regrese por segunda vez. Entonces habremos alcanzado la “perfección máxima”, y no ahora, que aún somos susceptibles de caer de nuevo en pecado. Y aunque hayamos hablado de mejorar moralmente (santificación), y de ser “perfectos” a nuestra esfera, nada de esto constituye mérito alguno para que Dios nos acepte como hijos suyos. Sólo por gracia somos hechos hijos de Dios, y estas cosas son consecuencia de ello, y no al revés.
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